A pocos días de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en el Perú, considero necesario ensayar algunas reflexiones sobre dicho fenómeno político y su impacto en el mundo de las artes visuales contemporáneas en el Perú, más aún en un proceso marcado por la crisis sanitaria y sus impactos económicos. Quiero explorar una contradicción que se manifiesta ante nosotros cada cierto tiempo, pero que hoy en medio de una crisis total, se vuelve más apremiante que nunca. La contradicción radica en lo siguiente: el proceso de mercadificación del campo del arte contemporáneo, que ha ido forjándose desde el periodo pos-dictadura fujimorista (2000s en adelante), no ha contribuido a hacer sostenible la producción de los discursos artísticos que circulan en el campo del arte local. Discursos que, precisamente, suelen abordar el periodo o están fuertemente marcados por él. Cuando digo “sostenible” me refiero a que no hay todavía un sistema institucional consolidado que sostenga la producción, distribución y consumo del arte contemporáneo en nuestro país y en toda su complejidad discursiva.
Esto es contradictorio porque mientras muchas de las obras mejor valoradas en el mercado son críticas del statu quo; todavía el mercado es tremendamente sensible a las transformaciones políticas que se asoman cada cinco años cuando las y los peruanos descubren que entre las opciones hay candidaturas que representan un cambio en dicho modelo. Dicha sensibilidad hace que en cada proceso electoral circulen rumores sobre la “parálisis” del mercado, algunos incluso más intensos que los que vimos cuando arrancó la pandemia.
Los últimos días estuve leyendo detenidamente, como muchxs deben haber hecho, las múltiples acusaciones hechas al gestor del llamado Espacio “La Sala”. Si no conocen el caso, pueden buscar la información en la cuenta de instagram @Killyourmacho o en este post de ManoAlzada.
De más está profundizar en lo execrable de las acciones como las imputadas a dicho personaje, que además, se suman a las múltiples historias similares que hemos conocido en estos últimos meses. Sin embargo, algo me hizo sentir que era importante articular estos casos con el funcionamiento del campo del arte en general y, sobretodo, tratar de hacer un llamado a observar las características del mismo que no solo permiten, sino que incluso promueven estas relaciones de abuso e impunidad.
La cosa es simple: urge que el campo del arte contemporáneo deje de ser un club de amigos al que solo se puede entrar por referencia.
Si revisan las acusaciones publicadas, verán que uno de los aspectos centrales del modus operandi que se narra, es que estos sujetos se auto-presentan como intermediarios clave para el acceso de artistas al sistema del arte. Narrativa perversa que solo puede funcionar en un sistema exclusivo y excluyente, que no solo opera bajo criterios elitistas sino que lo performa hasta el hartazgo.
Desde el 26 de septiembre y hasta el 21 de diciembre del 2019, se presenta en Proyecto AMIL la exhibición “Colapso Gravitatorio” del artista Yoshua Okón, curada por Renzo Gianella. Se trata de la última exhibición que nos dará Proyecto AMIL en el CC Camino Real; contexto inteligentemente aprovechado para ofrecer una exhibición que sirve, también, como instancia de reflexión sobre el espacio donde operó AMIL por varios años.
La exhibición está compuesta por dos instalaciones de gran formato: “El nuevo centro” y “Saló Island” (2013). La primera de ellas está compuesta por una serie de réplicas de tiendas comerciales paradigmáticas como: Burger King, iShop, Nike, Crate&Barrel, etc… que tienen las fachadas intactas pero sus interiores totalmente calcinados. En ellos se ha dejado incluso una capa de ceniza que emana un aroma a destrucción. Perfume para pirómanos. La tensión que provoca es, extrañamente, relajante. No hay nada en estos interiores que me transmita una idea de tragedia pasada o por venir, de hecho lo siento mucho más acogedor que el entorno que rodea a la obra: el sótano del CC Camino Real. Empiezo incluso a sentir los tambores de cierto mantra neoliberal: toda crisis es una oportunidad¹. Imagino un especulador inmobiliario que ha tirado un fósforo en una casa vieja para forzar a sus inquilinos a vender un terreno devaluado tras años de abandono. Solo que ahora, el inquilino precario no es más el trabajador empobrecido, sino un modelo comercial desfasado desde el principio. Es harto conocido que lo que mató al CC Camino Real no fue el terrorismo sino la torpe aplicación del dogma neoliberal. Algunos pensaron que se podía hacer dinero sostenidamente vendiendo/comprando las tiendas en lugar de, como ocurrió en otras partes en Lima, arrendar y controlar verticalmente el modelo de negocio. Moraleja: el capitalismo solo rinde como dictadura.